viernes, abril 25, 2008

"JUEVES SANTO, LA CENA MÍSTICA DEL SEÑOR"

La Liturgia del Jueves Santo se compone, en la tradición bizantina, de tres grandes oficios: los maitines, el rito del lavado de los pies –reservado para el ritual pontifical- y las vísperas con la liturgia de San Basilio. Tres acontecimientos son el centro de la Liturgia de este día: la traición de Judas, la manifestación de humildad del Señor y la Cena con los discípulos, denominada en la tradición ortodoxa “cena mística”.

Ninguna otra fiesta, incluyendo la de la Natividad, está dotada de oraciones tan ricas en la cristología como el Jueves Santo. Es justo en la tarde de la Pascua judía, en el curso de la comida ritual conmemorando la salida de Egipto del pueblo hebreo, cuando el Rey de Israel se da a conocer a sus discípulos y descubre la verdadera naturaleza de su alianza con la humanidad. De este modo, la última cena del Señor con los apóstoles no sólo es mística, sino también mistagógica.

“En el momento de esta cena, revelaste a los iniciados el inmenso misterio de tu encarnación”: la encarnación de Dios es la alianza eterna que Dios le prometió a Abraham y que Él por fin ha cumplido al final de los tiempos. La Pascua, inmolado en lo sucesivo “en nuestro interior”, recibe su sentido pleno, totalmente como sus atributos rituales (el pan, el cordero, la sangre sobre las puertas…): es “el Cristo consumido bajo la forma de pan y ofrecido para nosotros en sacrificio como un cordero”. La sangre saludable que en otro tiempo salvó a los Hebreos del ángel exterminador es la de “la Sabiduría de Dios, infinita, fuente de todas las cosas y origen de la vida, que se hizo una morada a partir de la Madre inmaculada y que se dotó de un templo corporal”.

Los textos litúrgicos del Jueves Santo reflejan el largo camino de la Iglesia hacia el conocimiento de Cristo, a través de siglos de controversias: “Soy el hombre por naturaleza, no en apariencia. Así, en virtud de esta comunicación, la naturaleza que me está unida se vuelve también Dios. Sabed, pues, que soy el Cristo, uno en dos naturalezas y a partir de ellas”. La tradición coloca aquí en boca del Señor el resumen de las enseñanzas de los concilios ecuménicos sobre el misterio de la encarnación. La dualidad es el tema de la Liturgia del Jueves Santo, lo mismo que la dualidad de las naturalezas del Logos encarnado es el corazón de la cristología ortodoxa. Hay dos Pascuas: la de la ley y la de la gracia; dos platos de la Cena: el Cuerpo y la Sangre; dos discípulos: el que ama (Juan) y que vende a su Señor (Judas); dos Adam: el que traiciona a su Prototipo (Judas) y el que restaura la imagen de Dios (Jesús).

Los textos no dejan de oponer al empobrecimiento y a la humildad del Creador la codicia y el orgullo de Judas. En la traición de Iscariote, los autores de los himnos disciernen con horror el resultado de la caída del hombre y la actualización de la apostasía de Adam. Las respuestas hipócritas de Judas y sus pesares tardíos son como una imitación odiosa del primer hombre en el jardín del Edén. El uno prefirió a la comunión con Dios el fruto nefasto del conocimiento del bien y del mal. El otro escogió el dinero en lugar del Cuerpo vivificante del Cordero. “Sus manos que han recibido el pan, el traidor las tiende furtivamente para recibir el precio de Aquél que dio forma al hombre con sus propias manos”. Y más adelante: “Judas Iscariote olvida las leyes de la amistad: los pies que tú has lavado lo encaminan a la traición; habiendo comido tu pan y recibido tu divino Cuerpo, oh Cristo, te tiende una trampa”. En efecto, no supo o no quiso ver que “el Señor que antaño, cuando se paseaba a la brisa de la tarde, perturbó el Paraíso con el ruido de sus pasos, es el que, hoy, lava los pies de sus discípulos, en la tarde del Gran Jueves”.

Con la muerte de Judas, es Adam –enemigo de Dios quien desaparece. Con la Pasión de Cristo, es la sentencia del Creador respecto del primer hombre la que se concluye. El paréntesis abierto por la desobediencia de Adam es cerrado por el Hijo del hombre que ha estado “obedeciendo hasta la muerte, y en la muerte sobre una cruz!” (Flp 2, 8).

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